luni, 30 aprilie 2012

La patria (Roque Dalton)

 
En las actuales condiciones del mundo,
la patria para los trabajadores
sólo existe en aquellos países
donde los trabajadores conquistaron el poder.

Los trabajadores soviéticos tienen patria,
y los chinos,
y los polacos,
y los vietnamitas,
y los cubanos.

En las sociedades divididas en clases
(o sea en el llamado "mundo libre")
en los países donde hay pobres y ricos
(o sea en el llamado "occidente cristiano")
la patria es para los explotadores
el lugar donde ejercen principalmente su explotación
(o sea donde tienen el "asiento principal de sus negocios")
y para los explotados
el lugar donde los explotan.

Esta situación tuvo desde, luego, una historia
y en ella surgieron himnos y banderas
y héroes y sentimientos:
de todo ello se apropiaron los explotadores
y construyeron una gran máscara
para engañar a nuestros ojos y a nuestro corazón.

Los trabajadores, los pobres salvadoreños;
los trabajadores, los pobres hondureños;
los trabajadores, los pobres guatemaltecos;
no tienen patria.

Aunque toda la riqueza nacional
fue labrada con su sangre y el sudor de sus pueblos,
de sus trabajadores,
El Salvador,
Honduras,
Guatemala,
son patria únicamente de los dueños de la patria,
propiedad de los dueños
de la sangre y el sudor de los pueblos.

Los explotadores son tan dueños de esas patrias
que cuando su contradicciones se hacen críticas
echan a pelear entre sí a sus respectivos pobres.
Así defienden por la fuerza su interés
y al mismo tiempo dividen a los pobres
que cada día están más solos,
cantando el himno nacional y agitando la bandera,
en la fría noche de la patria ajena.

Los trabajadores y los pobres
solo tienen un medio para tener patria:
hacer la revolución.

(1970) De “Un libro rojo para Lenin”

marți, 24 aprilie 2012

La habitación del suicida (Wislawa Szymborska)




Creéis que su habitación estaba vacía.
¡Qué va! Tres sillas con respaldo confortable.
Una lámpara en guerra contra la oscuridad.
Un escritorio, y, encima, una cartera y periódicos.
Un buda dichoso y un Cristo desdichado.
Siete elefantes de la suerte, y una agenda en el cajón.
¿Creéis que no contenía vuestras señas?

¿No había –creéis- libros ni cuadros ni discos?
Una reconfortante trompeta en unas manos negras.
Saskia con una flor entrañable.
Alegría, chispa de los dioses.
Ulises duerme en un anaquel un sueño dulce y reparador
realizados ya los trabajos del quinto libro.
Los moralistas,
escritos sus nombres con letras de oro
en lomos de piel de pulcro curtido.
Al lado, en primera fila, los políticos.

Y sí tenía salida, aunque sólo por la puerta,
y perspectivas, aunque sólo desde la ventana,
la habitación aquella.
En el alféizar, las gafas para vislumbrar la lejanía.
Zumbaba una mosca: aún vivía.

Creéis que al menos la carta decía algo.
¿Y si os digo que no había carta?
Muchos somos, los amigos, y todos cupimos
en un sobre vacío apoyado en un vaso.