marți, 8 ianuarie 2013

La catedral y el tiempo (Alfonso Costafreda)


Con columnas de esclavos o fieles, de sangre y de tormenta,
sube la catedral y es ensancha: fuertes piedras de miedo
que como los muertos todos
con el hacha de la eternidad se cincelan.

Nada vale saber que la tierra armoniosa
sus raíces profundas hacia el futuro despliega,
ni que el amor nos puede, nos debe, necesita,
alborozar los cuerpos de fecunda alegría;
siempre desde lo invisible la catedral nos llama:
tradición de los hombres de eternizar, de asesinar el tiempo al hacerlo eterno,
por negarse a creer que los seres palpables
cuando transcurren viven, cuando en la fe de sí mismos
transcurren, aman; mueren si se eternizan.

Ayer, hoy y mañana, labra el temor trincheras
para vivos enterrar los cuerpos, y con muertos levantar las catedrales;
y la misma sangre que el deseo afluye y se acrece,
y poderosa crea una nueva sangre,
con la roja semilla de la vida
ha de verter en las venas recientes
la innecesaria angustia, la bastarda creencia
de pensar que nuestra luz y nuestras aguas, de la vida,
para el mar oscurísimo nacen,
hacia un sombrío origen se revierten.

Todos sabéis, todos deberíais saber,
que en la flor más sencilla empieza el curso y se cierra,
que su rosa florece para el beso, que la mujer cuya blanca piel
vuestros ojos enciende, el corazón agita,
y para el matiz más inesperado vuestras manos prepara,
para vosotros es;
en el amor para vuestro desmayo,
ella es fuerte; en el trabajo, para su descanso
trabajáis vosotros.

Esto es, esto ha de ser.
Pero la catedral de solitarios se nutre;
los seres que desdobla y desnaturaliza, arrepiente y subyuga,
en sus negras paredes ennegrece y aprieta;
y siempre es la misma, única y grandiosa,
la catedral de Nínive, de Roma, de Jerusalén, la nuestra.

Todas las realidades que a su existencia prefieren
la esperanza en otra existencia, no viven ya en pleno día,
son noche, se ensombrecen,
como sombras se afilan, como vientos sin fuerza declinan;
como cuerpos que han perdido la sangre
si deseaban ya no desean, si amaban
se desenamoran..

Necesita el poeta la belleza, y en sus versos la busca.
“Oh venturosos aires, horizontes alegres, blancas nubes
que al cielo azul belleza apasionan;
olas de fresca espuma habitáis nuestras playas,
pétalos de la rosa que fugaces sois y bellos.”
Sois fugaces los aires y los horizontes:
mirad la lluvia, las nubes también huyen,
pasan las olas: mueren para la belleza:
Como la vida, la belleza es fugaz, y es nuestra
y así la queremos.
Así la quiere el poeta,
no como dura piedra, con odios y engañosos cimientos
hacia lo eterno esculpida, sino como la vida misma,
que ella no es eterna, no, pero en cada cuerpo que vive,
existe y permanece.
Mas también a la belleza
quieren aniquilar los que a nosotros, hombres o poetas, nos niegan,
y fervientes adoran ídolos.
Son los humildes, ay, temedlos, son los más,
son las manos de siempre, desde siempre, para siempre, construyen
catedrales de miedo, eternas catedrales
que forman nuestra historia, sombras que nuestra luz
poco a poco oscurecen.