vineri, 21 noiembrie 2008

Caín (Juana de Ibarbourou)


Conmigo nacieron la avaricia, la envidia, el odio y el crimen. No supe comprender el don divino y paternal de la vida en una naturaleza florecida y piadosa en la que todo se daba generosamente, como una compensación del paraíso perdido, tan próximo todavía que más de una vez encontré sus violetas maravillosas en los ojos de mi madre. Por que mi alma, libre, se entregó a las pasiones que inspira el espíritu réprobo; porque mi ofrenda al Omnipotente no era límpida y franca; porque amaba con ceguera los frutos de mi campo, el Señor se sintió airado y me mostró su enojo. Descargué sobre Abel la cólera secreta e impotente que me roía en silencio. Abel era esbelto y dulce, con el corazón puro. Sus párpados abrochados para siempre, su boca sin aliento, su tez descolorida, su pulso en definitivo reposo me hacían tanta falta como el aire y la luz. No podía dormir de ansia, imaginándomelo así. Cuando lo contemplé en esa forma fui dichoso como quizás nadie lo sea más en la vida. ¡Minuto deslumbrador, embriaguez para la que no se podría encontrar un nombre, plenitud del goce del odio!. La fuga, el espanto, el grito de Dios horadando mi sueño, el ojo del muerto persiguiéndome en la luz y tinieblas, fueron el sufrimiento destilado gota a gota, cauce de hilada corriente interminable en el que tenía que beber todas las horas y que al fin se me hizo familiar. Aquello otro fue el júbilo llevándome como un torrente que arrastra un tallo menudo o como un huracán que toma la pelusilla de un cardo y la hace girar enloquecidamente. Atormentado y maldecido me multipliqué, sin embargo, igual que la cizaña. Y por el mundo anda crecida mi raza, la que besa al entregar el amigo al enemigo, la que asalta al hermano con saña de pantera, la que, empeorándose con los siglos, ya no siente como un terrible castigo el anatema de Jehová ni se turba porque un ojo que lo acusa se le enfrente todas las noches en el sueño. Desde el círculo de helada sombra donde giro expiando mi eterno delito, mis manos retorcidas arrancan constantemente, con la desesperación del que sabe que espera lo imposible, puñados ardientes de mis propios cabellos erizados. Porque más negra aún que el horror de haber matado a mi hermano, es esta semilla mía de traición y de odio que ha cundido sobre la tierra cual una zarza maldita, reeditando minuto a minuto mi culpa irredimible.


De "Estampas de la Biblia", de Juana de Ibarbourou

vineri, 14 noiembrie 2008

A veces huyo (Carmen Matute)

A veces huyo
por intrincados caminos
construidos de palabras,
que me llevan
a los páramos de nadie.
Durante breves momentos
siento este precario puente
hacia los otros,
con las palabras
que me crecen como ramas
en la boca,
y me sacan
de mi silueta
de animal desnudo.
Desde esta orilla solitaria
agito mis palabras mínimas
como banderas blancas
entregadas a un sueño,
y por algún tiempo
logro fugarme
en las palabras,
hermosas.

vineri, 7 noiembrie 2008

Insomnio (Dámaso Alonso)

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo
en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros,
o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán,
ladrando como un perro enfurecido,
fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?


marți, 4 noiembrie 2008

Aunque no nos muriéramos al morirnos (Gloria Fuertes)

Aunque no nos muriéramos al morirnos,
le va bien a ese trance la palabra: Muerte.

Muerte es que no nos miren los que amamos,
muerte es quedarse solo, mudo y quieto
y no poder gritar que sigues vivo.

MUERTE POR AGUA (Alejandra Pizarnik)

Está parado. Y está parado de
modo tan absoluto y definitivo
como si estuviese sentado.
W. GOMBROWICZ

El camino está nevado, y la sombría dama arrebujada en sus pieles dentro de la carroza se hastía. De repente formula el nombre de alguna muchacha de su séquito. Traen a la nombrada: la condesa la muerde frenética y le clava agujas. Poco después el cortejo abandona en la nieve a una joven herida y continúa viaje. Pero como vuelve a detenerse, la niña herida huye, es perseguida, apresada y reintroducida en la carroza, que prosigue andando aun cuando vuelve a detenerse pues la condesa acaba de pedir agua helada. Ahora la muchacha está desnuda y parada en la nieve. Es de noche. La rodea un círculo de antorchas sostenidas por lacayos impasibles. Vierten el agua sobre su cuerpo y el agua se vuelve hielo. (La condesa contempla desde el interior de la carroza). Hay un leve gesto final de la muchacha por acercarse más a las antorchas, de donde emana el único calor. Le arrojan más agua y ya se queda, para siempre de pie, erguida, muerta.
Fragmento de "La condesa sangrienta"