miercuri, 25 mai 2016

Los policías y los guardias (Roque Dalton)

Siempre vieron al pueblo
como un monton de espaldas que corrían para allá
como un campo para dejar caer con odio los garrotes.

Siempre vieron al pueblo como el ojo de afinar la puntería
y entre el pueblo y el ojo
la mira de la pistola o la del fusil.

(Un día ellos también fueron pueblo
pero con la excusa del hambre y del desempleo
aceptaron un arma
un garrote y un sueldo mensual
para defender a los hambreadores y a los desempleadores.)

Siempre vieron al pueblo aguantando
sudando
vociferando
levantando carteles
levantando los puños
y cuando más diciéndoles:
“Chuchos hijos de puta el día les va a llegar”.
( Y cada día que pasaba
ellos creían que habían hecho el gran negocio
al traicionar al pueblo del que nacieron :
“El pueblo es un montón de débiles y pendejos —pensaban—
qué bien hicimos al pasarnos del lado de los vivos y de los fuertes”).

Y entonces era de apretar el gatillo
y las balas iban de la orilla de los policías y los guardias
contra la orilla del pueblo
así iban siempre
de allá para acá
y el pueblo caía desangrándose
semana tras semana año tras año
quebrantado de huesos
lloraba por los ojos de las mujeres y los niños
huía de espanto
dejaba de ser pueblo para ser tropel en guinda
desaparecía en forma de cada quién que se salvó para su casa
y luego nada más
soló los bomberos lavaban la sangre de las calles.

(Los coroneles los acababan de convencer:
“Eso muchachos — les decían —
duro y a la cabeza con los civiles
fuego con el populacho
ustedes también son pilares uniformados de la Nación
sacerdotes de primera fila
en el culto a la bandera el escudo el himno los próceres
la democracia representativa el partido oficial y el mundo libre
cuyos sacrificios no olvidará la gente decente de este país
aunque por hoy no les podamos subir el sueldo
como desde luego es nuestro deseo”.)

Siempre vieron al pueblo
crispado en el cuarto de las torturas
colgado
apaleado
fracturado
tumefacto
asfixiado
violado
pinchado con agujas en los oídos y los ojos
electrificado
ahogado en orines y mierda
escupido
arrastrado
echando espumitas de humo sus últimos restos
en el infierno de la cal viva.

(Cuando resultó muerto el décimo Guardia Nacional. Muerto por el pueblo
y el quinto cuilio bien despeinado por la guerrilla urbana
los cuilios y los Guardias Nacionales comenzaron a pensar
sobre todo porque los coroneles ya cambiaron de tono
y hoy de cada fracaso le echan la culpa
a “los elementos de tropa tan muelas que tenemos”.)

El hecho es que los policías y los guardias
siempre vieron al pueblo de allá para áca
y las balas sólo caminaba de allá para acá.
Que lo piensen mucho
que ellos mismos decidan si es demasiado tarde
para buscar la orilla del pueblo
y disparar desde allí
codo a codo junto a nosotros.

Que lo piensen mucho
pero entre tanto
que no se muestren sorprendidos
ni mucho menos pongan cara de ofendidos
hoy que ya algunas balas
comienzan a llegarles desde este lado
donde sigue estando el mismo pueblo de siempre
sólo que a estas alturas ya viene de pecho
y trae cada vez más fusiles.

marți, 3 mai 2016

Palabra de Valente


Precisamente la necesidad de transformar el mundo (…) ha sido la plataforma histórica de la mitificación de la experiencia colectiva. Tener conciencia de esa necesidad, tomar o no partido en función de ella ha sido la forma más elemental de compromiso del escritor contemporáneo. No me refiero al posible compromiso del escritor con un partido político determinado (ya que es esa, a mi parecer, una manifestación claramente secundaria de la responsabilidad de la inteligencia), sino al compromiso mínimo de todo escritor, en cuanto tal, con la realidad a la que pertenece.

(…)

Es probable que entre todas las formas contemporáneas de arte sea la poesía la que más se haya agotado en la exploración solitaria de la experiencia personal, con riesgo claro de perderse en el laberinto de las mitologías privadas incapaces de una representación coherente de la realidad. En este sentido, quizá haya contribuido la poesía más que ningún otro arte a la fragmentación de lenguajes que padece el hombre contemporáneo, traicionando así lo que es sin duda parte esencial de su misión: la creación de un lenguaje común.

(…)

La transformación de los nuevos contenidos en obras de arte, es decir, la mitificación de lo nuevo, es el signo de la contemporaneidad del poeta hoy, como lo fue ayer y lo será mañana. En ese proceso correspondía al poeta contemporáneo de hoy ensanchar las formas de expresión de la experiencia privada en busca de nuevos contenidos de signo colectivo, es decir, encontrar nuevas formas para cumplir la misión de toda gran poesía: la conversión de la experiencia solitaria en experiencia solidaria.

(Fragmentos de “La necesidad y la musa”, ensayo de José Ángel Valente recogido en “Las palabras de la tribu”. Siglo XXI de España Editores, S.A. Madrid, 1971.)